La desesperación es una resaca prolongada en los años
y no tener vida para apaciguarla.
Me importa mi sexo y mis manos y la plenitud
de ver el amanecer encogido entre niebla.
Sobre unas gafas de sol,
en una boca desviada,
un tabique nasal roto desde el año mil novecientos ochenta y siete.
Añadir boxeador a mi currículo de penurias.
Cuando era niño en el parque me caía
en las fuentes. Era el invierno,
y no sabía de pulmonías ni sabia de nadie,
solo de
mi sexo y mis manos.
Y después,
pasados unos años,
perderse cualquier día, silente,
adolescente,
y no saber volver a casa.
Confundía la esperanza con los recuerdos,
sigo haciéndolo,
y trataba de conjugar demasiados mundos entre los ojos.
Siempre mis manos espantándome de mí mismo,
y nunca me hacía caso.
Mentiras sobre el mismo problema,
escondiendo debajo de la cama los temas cruciales.
Ya se arreglarán,
como si algo pudiera arreglarse solo con olvidarlo.
Y aquí sigo y así sigo,
con las puertas entreabiertas toda mi vida
golpeándome contra cada brisa de sueño,
y con la boca desviada como si no me diera cuenta,
dinamitando aquello que nunca acaba.
Lo mejor es seguir soñando el día que dejamos de soñar es porque ya estamos muertos.
ResponderEliminarAbrazos feliz inicio de seamna.