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miércoles, 24 de marzo de 2010

Ana

Salió de su casa por la mañana, no demasiado pronto. Aquel día decidió que no se iba a poner ropa interior. Pensó que tomaría un café que seguramente conociera a alguien y que después irían a cualquier sitio. Se llamaba Ana. Tenía 43 años y hacía tiempo que tenía ganas de hacer algo así. Vivía en una ciudad al lado del mar, ni bonita ni fea, simplemente era su ciudad y por eso a ella le gustaba. Aquel día salió gris, eso a ella le apasionaba, pero no llovía ni hacía frío le encantaba. Podía ser un día maravilloso si se lo sabía montar bien. Ella normalmente sabía disfrutar de estas cosas. Paseó durante un buen rato, tranquilamente, dulcemente. Notaba el roce de sus vaqueros junto a su pubis. Le hacía sentirse poderosa a la vez que excitada sin saber muy bien por qué. Notaba como algunos hombres pasaban a su lado y se volvían para mirarle el culo. Se movía más acompasadamente entonces, disfrutaba jugando con las miradas. Llevaba un rato ya caminando y decidió entrar a un bar de los que le gustaban. Pidió un café tocado de licor pero suave. No quería ponerse borracha tan pronto, sólo quería sentir el aroma del alcohol en sus labios, deseaba ya tener otro aroma en ellos. Se sentó en la barra y anduvo con los ojos inspeccionando a la clientela. El bar estaba semivacío apenas ruidoso, de fondo una música de jazz le hacía palpitar el corazón sin saber bien por qué. Ahora recordaba a aquel amante que tuvo una vez que era músico de jazz, ésta música le traía recuerdos encantadores de tardes largas e impetuosas. Los momentos vividos junto a él fueron buenos, nunca acabó de comprender por qué acabaron dejándolo. Ana estaba absorta, embebida en sus recuerdos y ni se dió cuenta de toda la gente que de repente había entrado al bar.
Había un grupo de jóvenes treintañeros con aspecto de haber vivido mucho. Animados pero tranquilos, divertidos y cautelosos a la vez. Sobre todo con ganas de tomarse una cerveza tranquilos y sin que nadie les molestase. Ana les miró a todos y casi sin querer esbozó una sonrisa, cómo decirlo, entre romántica y tierna, con la que alguno de ellos ya pudo fantasear. Éste grupito se sentó en una mesa y pidieron cuatro jarras de cerveza negra. Alguno de ellos cuchicheó al oído de algún otro, con el que tenía mayor confianza y/o amistad.
-Has visto la mujer de la barra, no deja de mirarnos, y yo sé lo que significa esa mirada.
-Venga, tío, no flipes tanto que acabamos de llegar.
-Que no, que no, que conozco lo que quiere decir esa mirada.
Inmediatamente después los cuatro hombres se pusieron a mirarle la sonrisa a Ana, algo que hizo que ella reaccionara mostrándoles su otra sonrisa vertical. Se abrió de piernas en la barra, girándose hacia ellos.

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