Los vaqueros le quedaban maravillosamente.
La dejaba pasar delante mío
después de beber cuatro o cinco orujos
en aquel bar
por la noche.
Los vaqueros miraba.
Su pelo enmarañado.
La espalda.
Ella sabía que la miraba.
Después nos besamos,
rememoramos,
nos reímos
y nos fuimos
cada uno por su lado.
Cada uno por su lado
y cuando se iba,
seguía mirando
lo bien que le quedaban los vaqueros.
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