pequeñas alucinaciones,
muertes chicas como orgasmos,
como una canastilla siempre llena de tardes,
en las que tumbados sobre el piso de alquiler,
habité sus caderas
y acerqué hasta su espalda
mis labios temblorosos de adolescente,
imprimiendo su rostro
sobre una piel de ternura y escarcha.
No la he vuelto a ver desde entonces.
He dejado de creer en figuras de cera.
Solamente ahora en esta tarde de verano
me tendí sobre el mosaico de mis deseos,
viniendo a mí su espalda en mis labios
y la saboreé,
como los dátiles que comíamos sobre el suelo.
" Y la saboreé como dátiles que comíamos sobre el suelo"...Miguel, me quedo pegada en éste verso, es brutal de adictivo, me gusta.
ResponderEliminarUn abrazo.