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viernes, 25 de junio de 2010

Convalecencia 7 ó Adivinarte

El tanga negro,
fino,
bordado,
encajado.

Me volvió muy loco.
Acariciar su textura.
Adivinar lo guardado.
Me hizo recordar la belleza.

Me sedujo.
Me inflamó.

La perspectiva era inmejorable.
Tu cuerpo me deleitaba.
Tus formas me extasiaban.

Te acariciaba, medio dormida,
la cintura, te intentaba amar,
mis manos iban a tus pechos
como los salmones al mar.

Eras una felina somnolienta.
De piel blanca.
Sé tus sueños profundos.
Conozco tus añoranzas, tus pérdidas.

Quería morir en ti mientras
el viento golpeaba las ventanas.

Quería mover la tierra
para sepultarme contigo
en el último círculo del infierno.

Pese a todo, no hubo ese terremoto.
No existieron los movimientos sísmicos
que tanto a veces recordaste.
No hubo mañana a tu lado.
No hubo sal en los ojos.

Pero sí, amor, muchísimo amor.
Amor en todas sus formas
inexplicables y paganas.

Aunque todo fuera la mirada,
porque no dejé de explorarte ni un segundo,
acurrucada en tu esfera.
Y yo, allí a tu lado, mirando tu viaje,
tu descenso profundo sobre el valle oscuro.

El tanga negro fue una delicia.
Siempre lo recuerdo.
Bien poco necesito para soñarte.
Para sorberte como a un helado.
Para quererte sin medida.
Para volverme aún más loco todavía.

Todo dependía de la mirada y de las horas.
Sin recuerdos no hay placer.
Y, a veces, éste es tan extraño.

Me fascinó jugar a adivinarte
entre sombras con mis dedos.
Sólo quiero tenerte y llenar
de mi saliva tus miedos.

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